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El NIDA acaba de proponer un sutil cambio de nombre: ¿Eso significa que la legalización del cannabis y los psicodélicos es ahora inminente?

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¿El cambio de nombre del NIDA y lo que significa para el futuro de las drogas?

No sorprende que no sea el mayor admirador de la Administración Biden, dada su complacencia política y sus tácticas de “pan y circo” durante los últimos cuatro años. Tuvieron la oportunidad de legalizar el cannabis, pero se estancaron en todos los frentes; en cambio, participaron en el teatro político al “perdonar” ciertos casos federales de posesión de cannabis, lo que llevó a que ninguna persona fuera liberada de prisión.

Sin embargo, hay una medida sutil por parte de la administración que podría tener profundos impactos en la investigación de medicamentos en los próximos años. ¿A qué me refiero? El sutil cambio de nombre de NIDA, el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, a Instituto Nacional sobre Drogas y Adicciones.

El NIDA, parte de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), ha estado durante mucho tiempo a la vanguardia de la “Guerra contra las Drogas” del país, enfocándose principalmente en el estudio del abuso de sustancias y la adicción desde una perspectiva de justicia penal. Su nombre, que no ha cambiado desde su creación en 1973, refleja la visión estigmatizada de las drogas como inherentemente abusivas y perjudiciales para la sociedad.

Sin embargo, el cambio de nombre propuesto señala un posible cambio de perspectiva, reconociendo que no todas las drogas son inherentemente abusivas y que la adicción es un tema complejo que justifica un enfoque más científico y matizado. Este sutil cambio de marca podría allanar el camino para una investigación más exhaustiva e imparcial sobre los posibles beneficios terapéuticos de diversas sustancias, incluidos los psicodélicos, el cannabis y las estrategias de reducción de daños.

En este artículo, exploraremos la historia y el papel del NIDA, las implicaciones de su cambio de nombre y el impacto potencial que podría tener en la configuración del futuro de las políticas y la investigación sobre drogas en los Estados Unidos.

El Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA) se estableció en 1973, durante el apogeo de la era de la “Guerra contra las Drogas”. Su misión era clara: liderar los esfuerzos de investigación del país para estudiar las causas, consecuencias y prevención del abuso y la adicción a las drogas. Sin embargo, desde sus inicios, el enfoque del NIDA ha estado fuertemente sesgado hacia la criminalización del consumo de drogas y la perpetuación de la narrativa de que las drogas son inherentemente dañinas y peligrosas.

A lo largo de su historia, el NIDA ha desempeñado un papel crucial en la configuración de las políticas de drogas del país y en el mantenimiento de la prohibición de diversas sustancias. Al centrar principalmente sus esfuerzos de investigación en los aspectos negativos del consumo de drogas, el NIDA ha contribuido a la estigmatización y criminalización de las drogas, en lugar de explorar sus posibles beneficios terapéuticos.

Entre 2000 y 2020, un asombroso 95% de todos investigación realizada por el NIDA sobre el cannabis y otras drogas se centró en los “daños” percibidos, mientras que prácticamente ningún estudio se dedicó a investigar sus posibles aplicaciones médicas. Este enfoque desequilibrado de la investigación ha creado una percepción distorsionada de las drogas, que a menudo ignora o minimiza su valor terapéutico potencial.

Al presentar sistemáticamente las drogas como inherentemente dañinas y adictivas, La investigación del NIDA se ha utilizado para justificar la prohibición actual de diversas sustancias, incluso aquellas con beneficios médicos bien documentados. Esta narrativa sesgada ha mantenido sustancias que potencialmente salvan vidas fuera del alcance de millones de personas que padecen diversas afecciones médicas.

Además, el énfasis del NIDA en el aspecto de justicia penal del consumo de drogas ha contribuido a la criminalización desproporcionada y al encarcelamiento masivo de comunidades marginadas, particularmente personas de color. Este enfoque ha perpetuado el ciclo de estigma, discriminación y daño social asociado con el consumo de drogas, en lugar de tratarlo como un problema de salud pública. Por supuesto, no todos los científicos que trabajan en el NIDA creían en esto; sin embargo, tenían un mandato e hicieron ciencia que favorecía la prohibición en lugar de favorecer a toda la humanidad.

Si bien el papel histórico del NIDA en el mantenimiento de la postura prohibicionista sobre las drogas es innegable, el cambio de nombre propuesto a Instituto Nacional sobre Drogas y Adicciones podría indicar un cambio hacia un enfoque más equilibrado y científico de la investigación y las políticas sobre drogas.

El sutil cambio de nombre del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas al Instituto Nacional sobre las Drogas y las Adicciones puede parecer insignificante, pero podría significar un cambio profundo en la forma en que abordamos el estudio y Comprensión de las drogas y las adicciones.

El nombre anterior, “Abuso de Drogas”, conllevaba una suposición inherente de que las drogas son inherentemente malas y que su uso es siempre abusivo. Esta perspectiva estrecha no reconoció la compleja interacción entre las vulnerabilidades individuales, los factores ambientales y las propiedades farmacológicas de las sustancias. Al eliminar el término cargado “abuso”, el nuevo nombre reconoce que la adicción es una experiencia única para cada individuo y no necesariamente una consecuencia directa de la droga en sí.

Si el NIDA realmente adopta este cambio de paradigma y trata las drogas sin prejuicios inherentes, podría abrir puertas para explorar el potencial terapéutico de sustancias previamente descartadas o demonizadas, como el LSD, la psilocibina, el DMT y otras. Investigaciones emergentes ya han indicado que estos compuestos pueden ser prometedores en el tratamiento de diversos trastornos psicológicos, incluido el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y la depresión crónica.

Los psicodélicos, en particular, han demostrado una notable capacidad para alterar patrones de pensamiento y comportamiento profundamente arraigados, ofreciendo una vía potencial para la curación y el crecimiento personal. Al estudiar estas sustancias sin prejuicios, el NIDA podría desbloquear modalidades nuevas y potencialmente menos tóxicas para abordar los desafíos de salud mental que han demostrado ser resistentes a los tratamientos convencionales.

Sin embargo, hasta que no haya un cambio real en el enfoque y las prioridades de los esfuerzos de investigación del NIDA, el cambio de nombre por sí solo tiene poca sustancia. Si el instituto continúa asignando la gran mayoría de sus recursos al estudio de los “daños” de las drogas, mientras descuida sus beneficios potenciales, el cambio de marca será poco más que un cambio cosmético.

El verdadero progreso requerirá un esfuerzo concertado para reorientar la misión del NIDA hacia un enfoque más equilibrado y científicamente riguroso, que reconozca las complejidades de las experiencias humanas con las drogas. Sólo entonces podremos aprovechar plenamente el potencial de estas sustancias para aliviar el sufrimiento y mejorar nuestra comprensión de la mente y la conciencia humanas.

El Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas ha desempeñado un papel fundamental en la perpetuación de la narrativa de la “Guerra contra las Drogas” y el mantenimiento de la prohibición de diversas sustancias, incluidas aquellas con posibles beneficios terapéuticos. Durante décadas, los esfuerzos de investigación del NIDA han estado fuertemente sesgados hacia la presentación de las drogas como inherentemente dañinas, adictivas y desprovistas de valor médico, justificando así su criminalización.

Si bien la Administración Biden ha sido una decepción colosal en numerosos frentes, el cambio de nombre propuesto de NIDA a Instituto Nacional sobre Drogas y Adicciones podría ser una de sus pocas cualidades redentoras. Al eliminar el término cargado “abuso” del nombre del instituto, señala un cambio potencial hacia un enfoque más equilibrado y científico para estudiar las drogas y la adicción.

Sin embargo, es crucial señalar que las instituciones gubernamentales se mueven a un ritmo glacial, y a menudo tardan años, si no décadas, hasta que se manifiesten cambios sustanciales. Es poco probable que el cambio de nombre por sí solo tenga un impacto inmediato en las prioridades de investigación del NIDA o en las políticas farmacéuticas del país. Se necesitarán esfuerzos sostenidos y presión por parte de la comunidad científica, los grupos de defensa y el público para garantizar que este cambio de marca se traduzca en acciones tangibles y una reorientación genuina de la misión del NIDA.

No obstante, es esencial reconocer y examinar estos cambios sutiles en las políticas públicas, ya que pueden servir como catalizadores de un cambio social más amplio. Al llamar la atención sobre las posibles implicaciones del cambio de nombre del NIDA, podemos comenzar a desafiar el estigma profundamente arraigado que rodea a las drogas y la adicción, y allanar el camino para un enfoque más compasivo y basado en evidencia para estos temas complejos.

En última instancia, si bien el gobierno puede moverse a la velocidad de una evacuación intestinal lenta, es imperativo que nosotros, como individuos y comunidades, adoptemos estos cambios internamente, cultivando una comprensión más matizada de las drogas y sus beneficios potenciales. Sólo entonces podremos crear un entorno propicio para un progreso genuino, donde las políticas y prácticas estén arraigadas en la ciencia, la empatía y el compromiso con el bienestar humano, en lugar de ideologías o agendas políticas equivocadas.

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