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Donde hay humo, hay fuego: Najanana Harvey-Quinn habla sobre la justicia social y la marihuana

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El viaje en automóvil frío y lluvioso de una hora desde Detroit hasta la prisión estatal de Jackson se sintió más largo de lo habitual esta vez para Najanava Harvey-Quinn, de 4 años. Este viaje no se trataba solo de ver a su padre, Blair Anderson. Este viaje iba a ser en el que ella lo liberaría de la prisión.

En ese momento, la familia de Harvey-Quinn vivía en Joy Road, en una de las muchas áreas de Detroit que habían sido devastadas por la epidemia de crack. En su corta vida, durante el apogeo de la guerra contra las drogas, había observado en silencio y con dolor a docenas de padres que eran arrestados, encarcelados y separados de sus familias. Estaba convencida de que no iba a ser otra niña de Detroit que creciera sin su padre.

“Cuando un miembro de la familia está en prisión, también recibes esa sentencia de prisión”, dice ella.

Se negó a vivir una vida perdiendo momentos de abrazos, risas y juegos con su padre. La respuesta fue simple: colar un destornillador en su visita con su padre que podría usar para abrirse camino hacia la libertad y volver a sus brazos para siempre.

Los imponentes muros de ladrillo que rodeaban la prisión la convirtieron, en ese momento, en la prisión cerrada más grande del mundo, con aproximadamente 6,000 reclusos. Harvey-Quinn sintió el destornillador escondido cerca de su cinturón, debajo de su impermeable amarillo, cuando el auto se acercó a la primera puerta de seguridad. Se aseguró de que todavía estuviera en su lugar. Su madre no tenía idea.

Harvey-Quinn temblaba de miedo al pasar junto a cada oficial penitenciario mientras se abría paso entre...

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