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Por qué Estados Unidos necesita una ciberdefensa interoperable y en constante evolución

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La naturaleza cíclica de la evolución tecnológica y la defensa ha experimentado varios auges y caídas. No hace mucho, el aumento de la integración de las comunicaciones y la tecnología marcó un cambio significativo en la defensa. Ahora, somos testigos del aumento de la ciberseguridad a la luz de los ataques coordinados patrocinados por el Estado que están afectando (y tienen el potencial de afectar) los dominios físicos y digitales. Incluso en las solicitudes presupuestarias del presidente para los años fiscales 2024 y 2025, la Casa Blanca busca aumentar el gasto en defensa cibernética de 13.5 millones de dólares a 14.5 millones de dólares adición a los 12.7 millones de dólares para actividades civiles en el año fiscal 2024.

A diferencia de las nociones comúnmente percibidas, el gasto en defensa se ha reducido considerablemente desde la década de 1990 cuando se lo examina como porcentaje del producto interno bruto. Sin embargo, es imperativo considerar la importancia estratégica de los sectores que llaman la atención dentro de estos asignaciones presupuestarias, y debemos tratar la ciberseguridad en particular con una respuesta dedicada y en evolución.

En el gran esquema del campo de batalla digital –y en medio del surgimiento de un nuevo tipo de guerra que combina los mundos espacial y no espacial– la conversación en torno a la seguridad está cargada de urgencia y complejidad. La integración de sistemas de ciberdefensa ya no es un lujo; es una necesidad que afecta directamente nuestra seguridad nacional, nuestra economía y nuestros derechos de privacidad. Necesitamos una solución integral: el primer integrador de ciberdefensa de su tipo.

Nuestro panorama actual de ciberseguridad está plagado de proveedores que ofrecen soluciones patentadas que a menudo no funcionan bien juntas. Esta fragmentación exacerba el desafío de defenderse contra ciberamenazas cada vez más sofisticadas. Imaginemos un ejército desarticulado, donde los soldados no hablan el mismo idioma ni siguen el mismo manual de estrategias. No es difícil ver por qué tendrían problemas para enfrentarse a un enemigo bien coordinado.

Por lo tanto, debemos pasar a un modelo en el que nuestros recursos de ciberseguridad no solo sean interoperables sino que también evolucionen constantemente para adaptarse al panorama de amenazas que cambia rápidamente.

En un mundo ideal, un integrador de ciberdefensa crearía un marco donde diferentes sistemas de ciberdefensa puedan comunicarse y coordinarse entre sí. La interoperabilidad se convertiría en la norma, lo que nos permitiría aprovechar el poder combinado de estos sistemas. Pero esta integración es sólo una parte de la ecuación.

Las ciberamenazas son una amenaza en constante transformación. Con cada cortafuegos construido, los piratas informáticos idean una nueva forma de sortearlo. Por lo tanto, este integrador también debe ser radicalmente ágil, diseñado para adaptarse rápidamente a nuevas amenazas, técnicas y tecnologías. Esta capacidad nos permitiría ir un paso por delante de los atacantes y garantizar que nuestras defensas no se vuelvan obsoletas a medida que evoluciona el panorama digital.

Además, incorporar las mejores tecnologías en un marco unificado nos permitiría abordar de manera efectiva y activa la amenaza en constante transformación de las ciberamenazas. Podemos lograr esto alentando a los grandes contratistas de defensa cibernética a alejarse de soluciones patentadas y aisladas y adoptar un modelo que enfatice la interoperabilidad y la adaptabilidad.

Es esencial recordar que el llamado a un integrador activo de ciberdefensa no es un llamado a la homogeneización de soluciones, sino más bien a una estrategia de defensa coordinada y rápidamente adaptable. Diferentes proveedores aportan diferentes fortalezas y un enfoque integrado nos permitirá capitalizar estas fortalezas en lugar de limitarlas.

Una iniciativa de este tipo requiere voluntad colectiva, tanto del gobierno como del sector privado. El gobierno debe liderar estableciendo políticas que fomenten la interoperabilidad y la adaptación de los productos de ciberseguridad. Debería ofrecer incentivos para que los proveedores trabajen de forma colaborativa en lugar de competitiva, y legislar, si es necesario, para hacer cumplir este cambio.

Por otro lado, el sector privado debería reconocer la ventaja estratégica de un frente unido contra las ciberamenazas. Al trabajar juntos, pueden proporcionar una solución integral que sea más eficaz que cualquier sistema propietario único.

La Casa Blanca reciente Estrategia Nacional de Ciberseguridad sí proporciona orientación en esta dirección fomentando sistemas interoperables y evaluaciones coordinadas (mediante, por ejemplo, una nueva Junta de Revisión de Seguridad Cibernética), pero estas son meras sugerencias que no tendrán un peso significativo en el gran negocio de la contratación de defensa cibernética.

La ciberseguridad ya no es sólo una cuestión tecnológica; es una cuestión de seguridad nacional, estabilidad económica y privacidad personal. La necesidad de un integrador de ciberdefensa activo y rápidamente adaptable, que enfatice la interoperabilidad y la agilidad radical, es primordial en esta era digital. No podemos darnos el lujo de dormirnos en los laureles y confiar en modelos de defensa obsoletos. El momento de actuar es ahora y el futuro de nuestra nación depende de ello.

Lisa Donnan es socia de la firma de capital privado de ciberseguridad Option3.

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